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Todo lo que hay: volver al ser

  • Foto del escritor: lucia gonzalez
    lucia gonzalez
  • hace 3 días
  • 2 Min. de lectura

Este texto nació ese espacio donde la conciencia se reconoce a sí misma, incluso después de ser arrastrada por la mente finita y falta de respuestas. Es la memoria de un regreso constante al ser — cada vez más expansivo, más estable, pero aún maleable.


Despertar espiritual, conciencia y el arte de volver al Ser.


Todavía recuerdo

Recuerdo el día en que el manto opresivo y ansioso abandonó mi sistema.


Sentí que respiraba por primera vez, aunque hubiera pasado una vida entera respirando... o creyendo que lo hacía. Vi la vida con ojos nuevos: nítida y etérea al mismo tiempo. De pronto sentí el rocío matutino como un milagro. Nunca volvió a ser menos que eso.


Todo se tiñó de una simpleza invisible. La tensión se aflojó, no solo en mis hombros, sino en mis recuerdos, en mi percepción, en cada rincón de mí.


Recuerdo el surgimiento de la liviandad, el nacimiento de una fluidez indiscutible, inviolable. Como si el aire y yo estuviéramos hechos de lo mismo. Así se siente volver al ser.


La vocecita de mi hija se volvió música. Una melodía que había estado sonando de fondo desde siempre, pero que por fin podía escuchar claramente y disfrutar. Su vibración vino al frente, y su identidad se desdibujó. La dulzura estalló sin freno.


La fe, rítmica y salvaje, se instaló en mi pecho. La frescura y la calidez ya no eran opuestos:eran una sola cosa, dentro de mí.


Me sentí elevada por encima de todo. Recostada en la bondad del todo. Y supe que no había nada más que hacer que ser feliz, reír, vivir la paz y permitir.


Mi cuerpo floreció: era pura luz. Mis manos, suaves, sin pena ni gloria, eran manos de amor, de perdón, de adoración. Me recuerdo invencible. Libre de lucha. Libre de pena y de dolor. Porque eso somos. Eso soy: libertad sin condición.


La intención me abandonó. Se volvió canción. Lo invadió todo sin esfuerzo, sin urgencia. Danzaba con las nubes. Era una con ellas. Con el sol.


Vi imperios nacer frente a mí. Gloriosos, sin presión. Hechos de la nada misma, con muros de vacío divino y sin una sola línea de separación.


Recuerdo la claridad. Ser el centro del universo como única opción. El tiempo y el espacio se disolvieron. No había aquí o allá. No había soledad. Solo eternidad.


Volví a ver. Pero no solo con los ojos. También con el corazón, con la piel, con todo mi ser. Todo era mágico.Y aunque parecía imposible, claro que lo creí.


Pero lo que más recuerdo es el momento justo antes de la liberación.


Recostada en la reposera del balcón, la brisa suavizándome la piel. Mi oración fue simple, firme, inevitable:


“Ahora sí, estoy lista. Llévense todo lo que no soy.”


Cerré los ojos. Me relajé. Y la rendición sucedió.

Cuando volví a abrirlos, la neutralidad se apoderó de mi corazón.


Y comprendí que desde ahí se puede elegir: cómo pensar, cómo sentir, cómo actuar. Crear.

Y entonces supe —de forma total—que yo soy y siempre fui, todo lo que hay.


Gracia y liviandad,


Lu

 
 
 

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